Este sábado visité por primera vez un santuario de animales.
Desde hace ya algún tiempo, seguir la actualidad de estos refugios se ha convertido en una actividad diaria más. Por lo que poder visitar uno algún día era una ilusión que finalmente pude convertir en realidad este fin de semana.
Existe el peligro de que, por tener expectativas tan altas, uno salga decepcionado de aquellos sitios que tanto desea visitar. Ni de lejos fue ésta una de esas ocasiones. No sólo salí encantado de allí, sino reforzado en mis ideas y en mi deseo de seguir luchando día a día por aquellos animales que no tienen la suerte de poder vivir en un sitio como Wings of Heart.
Desde hace ya algún tiempo, seguir la actualidad de estos refugios se ha convertido en una actividad diaria más. Por lo que poder visitar uno algún día era una ilusión que finalmente pude convertir en realidad este fin de semana.
Existe el peligro de que, por tener expectativas tan altas, uno salga decepcionado de aquellos sitios que tanto desea visitar. Ni de lejos fue ésta una de esas ocasiones. No sólo salí encantado de allí, sino reforzado en mis ideas y en mi deseo de seguir luchando día a día por aquellos animales que no tienen la suerte de poder vivir en un sitio como Wings of Heart.
Ésta es la pequeña historia de mi visita.
Una breve charla introductoria sirvió a la vez para romper el hielo con los visitantes y para dejar claro que estábamos a punto de entrar en un lugar antiespecista: éramos los visitantes y debíamos el máximo respeto a los dueños del lugar: los animales no humanos.
Son muchas las especies e individuos que conviven en el santuario, y desde la misma charla me encontré ilusionado de conocerlos a todos. Pero admito que, desde que leí su historia, había un habitante -un recién llegado al santuario- que me despertaba un especial interés: El cerdito Bakunin. Curiosamente, fue el primer habitante que ví, justo tras traspasar la puerta de entrada al santuario. La palabra “adorable” se queda muy corta.
Lo cierto es que ser espectador habitual de sus vídeos no impidió que me sorprendiera al comprobar la atmósfera de familiaridad y paz que compartían animales tan diferentes como ocas, cabras, pavos, cerdos, cabras y humanos. Todos nos mezclamos por allí, paseando a centímetros unos de otros en un ambiente de completa libertad. Sí, el recinto está vallado, pero eso es solo porque lo que hay ahí fuera no es seguro para ellos -y en la mayoría de los casos tampoco para nosotros.
Cada presentación de un nuevo animal venía incluída con un breve resumen de su historia y procedencia. Y, aunque se hace duro conocer que cada uno de ellos ha tenido un pasado tan triste e injusto, Wings of Heart es un lugar que transmite felicidad. Sinceramente, ¿cuántas personas han tenido la oportunidad de formar parte de un rebaño improvisado de 20 humanos, un caballo, tres burros, tres ovejas, una cabra y un cerdo caradura que solo nos perseguía para que le hiciéramos cosquillas? A todos los que no han tenido la oportunidad de vivir algo así, se lo aconsejo. Uno, así, se encuentra feliz y en paz. Al menos hasta que el caballo se encapricha de tu mochila.
Por supuesto, esa paz viene a un precio, y los visitantes fuimos testigos directos de la dificultad que supone mantener un sitio así. Es trabajo constante, y gastos constantes. Mientras nosotros paseábamos tranquilamente, podíamos ver a personas que le cambiaban la paja al burro, regaban y encharcaban la zona de los cerdos, o transportaban sacos de aquí para allá. Y todo esto, con más de treinta grados de temperatura. Y sin ninguna ayuda oficial. Wings of Heart, como la mayoría de santuarios, se mantienen gracias a las donaciones y aportaciones de particulares. Y nada más. Afortunadamente, los visitante son conscientes de esta precaria situación, y con satisfacción pude ver que muchos de ellos guardaban en su coche alimentos, medicamentos o diversos objetos que donaron al santuario al finalizar la mañana.
La visita termina con sentimientos encontrados de lástima y alegría, optimismo y desesperanza. Pero para luchar por estos animales es indispensable contar con grandes dosis de energía, y ésta siempre llega en mayores cantidades cuando uno mantiene una actitud positiva. Y eso fue lo que intenté.
Al fin y al cabo, me marché de Wings of Heart habiendo cumplido una ilusión, después de haber conocido a Bakunin, de haber tocado por primera vez un ternero, de haber ligado con un semental de macho cabrío y de haber conocido a muchas personas que comparten una forma de vida que, fuera de los terrenos del santuario, a tantos les parece extraña.
Una breve charla introductoria sirvió a la vez para romper el hielo con los visitantes y para dejar claro que estábamos a punto de entrar en un lugar antiespecista: éramos los visitantes y debíamos el máximo respeto a los dueños del lugar: los animales no humanos.
Son muchas las especies e individuos que conviven en el santuario, y desde la misma charla me encontré ilusionado de conocerlos a todos. Pero admito que, desde que leí su historia, había un habitante -un recién llegado al santuario- que me despertaba un especial interés: El cerdito Bakunin. Curiosamente, fue el primer habitante que ví, justo tras traspasar la puerta de entrada al santuario. La palabra “adorable” se queda muy corta.
Lo cierto es que ser espectador habitual de sus vídeos no impidió que me sorprendiera al comprobar la atmósfera de familiaridad y paz que compartían animales tan diferentes como ocas, cabras, pavos, cerdos, cabras y humanos. Todos nos mezclamos por allí, paseando a centímetros unos de otros en un ambiente de completa libertad. Sí, el recinto está vallado, pero eso es solo porque lo que hay ahí fuera no es seguro para ellos -y en la mayoría de los casos tampoco para nosotros.
Cada presentación de un nuevo animal venía incluída con un breve resumen de su historia y procedencia. Y, aunque se hace duro conocer que cada uno de ellos ha tenido un pasado tan triste e injusto, Wings of Heart es un lugar que transmite felicidad. Sinceramente, ¿cuántas personas han tenido la oportunidad de formar parte de un rebaño improvisado de 20 humanos, un caballo, tres burros, tres ovejas, una cabra y un cerdo caradura que solo nos perseguía para que le hiciéramos cosquillas? A todos los que no han tenido la oportunidad de vivir algo así, se lo aconsejo. Uno, así, se encuentra feliz y en paz. Al menos hasta que el caballo se encapricha de tu mochila.
Por supuesto, esa paz viene a un precio, y los visitantes fuimos testigos directos de la dificultad que supone mantener un sitio así. Es trabajo constante, y gastos constantes. Mientras nosotros paseábamos tranquilamente, podíamos ver a personas que le cambiaban la paja al burro, regaban y encharcaban la zona de los cerdos, o transportaban sacos de aquí para allá. Y todo esto, con más de treinta grados de temperatura. Y sin ninguna ayuda oficial. Wings of Heart, como la mayoría de santuarios, se mantienen gracias a las donaciones y aportaciones de particulares. Y nada más. Afortunadamente, los visitante son conscientes de esta precaria situación, y con satisfacción pude ver que muchos de ellos guardaban en su coche alimentos, medicamentos o diversos objetos que donaron al santuario al finalizar la mañana.
La visita termina con sentimientos encontrados de lástima y alegría, optimismo y desesperanza. Pero para luchar por estos animales es indispensable contar con grandes dosis de energía, y ésta siempre llega en mayores cantidades cuando uno mantiene una actitud positiva. Y eso fue lo que intenté.
Al fin y al cabo, me marché de Wings of Heart habiendo cumplido una ilusión, después de haber conocido a Bakunin, de haber tocado por primera vez un ternero, de haber ligado con un semental de macho cabrío y de haber conocido a muchas personas que comparten una forma de vida que, fuera de los terrenos del santuario, a tantos les parece extraña.
Mi agradecimiento a dos Lauras.
Primero, a Laura, nuestra guía en la visita, por sus explicaciones y paciencia ante nuestras preguntas.
Segundo, a Laura, visitante como yo, por marcarme el camino al santuario y por mandarme las fotos.